Jorge Fernández Menéndez
Excélsior - Razones
20-07-06
Carlos Monsiváis inició su panegírico dedicado a López Obrador el domingo pasado recordando a José Stalin. No estuvo mal, pero, en realidad, para acercarse más al personaje en cuestión tendría que haber invocado a Benito Mussolini (cuántas similitudes en los desplantes del ex candidato con Il Duce, en el desprecio a las leyes y las instituciones, en el trato con sus colaboradores, en la visión del mundo en blanco y negro, en la manipulación de la gente, incluso en la copia de la Marcha sobre Roma tropicalizada como la Marcha sobre el DF) o a nuestros mucho más cercanos, en tiempo y espacio, Hugo Chávez o Fidel Castro. Porque López Obrador mismo reforzó esa imagen en su discurso cuando lanzó una grosera amenaza contra Felipe Calderón, su familia y sus allegados. Fue un exabrupto, equivalente a aquel "cállate, chachalaca", que le costó tanto electoralmente. Peor aún, lo hizo inmediatamente antes de convocar a la resistencia civil contra las elecciones y enmedio de carteles que, "con todo respeto", como diría AMLO, pregonaban: "Haz patria, mata a Felipe".
Fue tan burda, tan peligrosa, la expresión de López Obrador que al día siguiente trató de justificarla en una entrevista con Miguel Ángel Granados Chapa, donde sólo logró enredarse aún más. Sus operadores entonces recurrieron a un expediente extremo: en su página oficial de internet retiraron la frase en cuestión del discurso, como si ésta nunca hubiera existido (¿recuerdas, Monsiváis, cuando Stalin ordenó borrar de todas las fotos a Trotsky y Bujarin?) y comenzaron a negar que la hubiera pronunciado... pese a que estaba grabada y se había mostrado en prensa, radio y televisión.
Ese domingo, López Obrador llamó a la "resistencia civil" y dijo que el lunes informaría sobre cómo se desarrollaría la misma y quiénes la coordinarían. Hemos llegado al jueves y nadie sabe qué sucederá con ello, pero lo cierto es que un grupo de provocadores, el martes, siguiendo las instrucciones de su líder, agredieron a Calderón y sus colaboradores al salir éstos de un acto cerrado con un grupo de sindicalistas. Más grave aún, López Obrador, quien sigue quejándose de que no tiene espacio en los medios, tuvo una corta entrevista de 50 minutos con Carlos Loret de Mola y, cuando fue interrogado sobre el incidente, no sólo no lo lamentó ni rechazó esos hechos de violencia realizados en su nombre, sino que los justificó y agregó que se generalizarían si no se cumplían sus demandas. Como había dicho también el domingo otro futuro desempleado, Manuel Camacho, "las sonrisas se convertirán en puños" si no se acepta la demanda perredista que consiste, lisa y llanamente, en que se le otorgue el triunfo a López Obrador o se anulen las elecciones. Un día después, ayer miércoles, Alejandro Encinas tuvo que salir a decir que lamentaba el incidente e incluso que le ofrecía seguridad nada más y nada menos que de la SSP-DF a Calderón. ¿Quién dice la verdad: López Obrador amenazando a Calderón, su familia y sus colaboradores; Camacho amenazando con "los puños" de sus simpatizantes, el propio López justificando y advirtiendo sobre más agresiones o Encinas lamentándolas? Y que nadie nos diga que los provocadores son grupos de espontáneos, porque todos sabemos cómo mueve la estructura del PRD a esos contingentes y cómo con la sola palabra de López Obrador se podrían frenar las agresiones. Ayer mismo, a unas cuadras de donde fue agredido Calderón, otro contingente, pero éste encabezado por la ahora combativa Elena Poniatowska bloqueó las oficinas de Banamex.
En la misma lógica de lanzar un disparate tras otro, el lunes, López Obrador descubrió que lo que había dicho durante dos semanas consecutivas no era verdad. Dijo después del 2 de julio que se había dado un fraude cibernético y por eso no había sido detectado por los representantes de casilla y de partidos. Pero ya este lunes "descubrió" que siempre no, que hubo un fraude a la "antigüita", con relleno de paquetes electorales y urnas: ¿cuándo, cómo, en qué circunstancias, basado en qué pruebas? No lo dijo.
Lo que sucede es que si no hubo fraude cibernético (en parte porque no lo pudo justificar, ya no hablemos de probar) y se pasó al fraude a la "antigüita", el ex candidato queda peor: a la "antigüita" se podía hacer fraude porque ocurría lo que López Obrador quiere que se haga ahora: concentrar todos los votos en un solo lugar donde se pudieran manipular. Desde las reformas del 94, el IFE no sólo es autónomo, sino que además se pulverizó el conteo en las 135 mil casillas electorales para que nadie pudiera manipular los votos y el conteo y, si eso ocurría, sería en porcentajes que no alterarían la elección porque los partidos tienen representantes en todas las casillas y los funcionarios de las mismas son un millón de ciudadanos imposibles de manipular o corromper.
El martes, el IFE informó que en 95% de las casillas hubo por lo menos representantes de dos partidos y la coalición Por el Bien de Todos los tuvo en 85% de las casillas. Todos esos representantes firmaron y avalaron el conteo voto por voto. Y el domingo de la jornada electoral no hubo impugnaciones por irregularidades en la votación por el conteo en esas 135 mil casillas. El fraude a la antigüita, como ahora dice López Obrador, simplemente es imposible, salvo que se afirme que alguien logró corromper a un millón de ciudadanos elegidos aleatoriamente y a otro millón que representaba a los cinco candidatos participantes, incluidos los de López Obrador. Entre provocaciones, agresiones, amenazas, mentiras, es imposible no ir quedándose cada vez más solo.
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20 de julio de 2006
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