18 de julio de 2006

La ley

Catón
Reforma
18 de Julio de 2006

Comentaba Dulcilí acerca de su novio Libidiano: “Ya no lo aguanto. Le dije que debo conservarme virgen para el matrimonio; que mi cuerpo es el templo del espíritu… ¡Y ahora el caón quiere entrar por la sacristía!”. (No le entendí)… Alegaba un tipo necio: “No sé por qué admiran tanto a ese tal Borges. Como escritor me parece poco. A ver: aparte de ‘Cien años de soledad’ ¿qué otra cosa buena escribió?”. Acota alguien: “Borges no escribió ‘Cien años de soledad’”. “¿Ah no? -replica el tipo-. Pues si antes me parecía poco ahora me parece nada”… Está claro que López Obrador quiere apoderarse por la fuerza de la Presidencia. “Mía o de nadie” parece decir, como aquellos feroces individuos que mataban a la mujer que no accedía a sus deseos. Por medios de presión AMLO intenta coaccionar a la autoridad para que rinda un dictamen favorable a él, so riesgo de exacerbar los ánimos de la muchedumbre. Si en verdad buscara legalidad y transparencia plantearía sus impugnaciones por los medios que la ley le ofrece y dejaría que el órgano jurisdiccional actuara en tiempo y forma, sin ejercer coerción sobre él. Las manifestaciones a que convoca López Obrador son eso, medios para presionar, y no “asambleas informativas”, como con impostura dice. En caso de que las instituciones no se allanen a él “las sonrisas se convertirán en puños”. Si él no es Presidente nadie podrá gobernar este país. “¡Ni el Ife ni el Trife! ¡El pueblo es el que elige!”, dice una de las proclamas que corean sus seguidores. Ya ha dicho AMLO que aun cuando el tribunal federal confirme el triunfo de Calderón él no lo reconocerá, pues la elección fue fraudulenta. No escucha más voz que la suya, ni atiende otra razón que la de su sinrazón. Pero la muchedumbre no puede hacer las veces de la ley. La ley ahí está siempre, y la muchedumbre no. La multitud es veleidosa; al que hoy ve como dios lo olvidará mañana, y lo cambiará por otro dios. La ley, en cambio, es fortaleza, certidumbre, permanencia. Así las cosas, el referente no debe ser la nube, sino la montaña, si me es permitido un leve asomo de grandilocuencia. Lo que cuenta es el valor perdurable, no la cambiante coyuntura de la política que en la calle se hace. Ningún vocerío puede aplacar el dictado de la ley. El orden jurídico y las instituciones no son capricho; son expresión de una sociedad que finca su existencia en la paz y la seguridad. Ciertamente no vivimos en un régimen estalinista. Decir eso, aun a modo de ironía o para agradar al numeroso público presente, es desmesura que empaña la racionalidad de un buen discurso. Hemos abierto espacios a la democracia, y en esa vía debemos mantenernos. Torcer la ley, desvirtuarla o suspender su aplicación ante las presiones de la multitud, por aparatosas que sean sus manifestaciones, es despeñar al país en la anarquía, anular el orden jurídico y las instituciones y dejar la Nación en manos de quienes insisten en poner la fuerza por encima del derecho. Y ya no digo más, porque estoy muy encaboronado… Babalucas era agente viajero. Le contó a un amigo: “Anoche iba yo por un camino rural, y se me descompuso el automóvil. Llegué a una granja, y le pedí al granjero que me dejara pasar ahí la noche. El hombre tenía una hija preciosa. Me dijo que cerraría con llave la puerta de la recámara de la muchacha, para que no intentara yo hacer nada. Pero al pasar junto a mí la chica me dijo en voz baja: ‘La cerradura no funciona’”. “¡Ah, picarón! -dice con sonrisa aviesa el amigo de Babalucas-. ¡Ahora me explico esas ojeras de cansancio que traes hoy!”. “Sí -responde con voz débil Babalucas-. Me pasé toda la noche tratando de arreglar la maldita cerradura”… FIN.

afacaton@prodigy.net.mx

1 comentario:

Anónimo dijo...

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