José Carreño Carlón
Crónica
25 de Agosto de 2006
Independientemente de si haya qué tomar la conducta de Amlo simplemente como producto de un extravío emocional o como la decisión consciente —y puesta en acto— de suplantar, el poder constituido conforme a la ley, asistimos al anuncio de erigir un poder dictatorial asentado sobre un movimiento organizado para violentar y suplir las bases constitucionales de la representación política y el poder público.
Sea que el movimiento conste de un puñado o de un millón de personas, como amaga su convocante, se trata de un movimiento que sigue la ruta del dictador. No importa si la dictadura sólo está en sus desvaríos, o si para su instauración real se combinen todas las circunstancias de la debilidad institucional que ahora tienen al país en la indefensión.
La ruta más socorrida por algunos de los más célebres dictadores —históricos y actuales: de Hitler a Hugo Chávez— va del intento o de la mascarada de golpe de Estado contra el poder legalmente constituido, a la cárcel, con frecuencia colmada de consideraciones y ventajosas exposiciones mediáticas. Pero de esas cárceles de utilería, Hitler y Chávez lograron dar los siguientes pasos, primero al asalto al poder y, enseguida, a su conversión en poder dictatorial. Y una posibilidad es que Amlo esté provocando un encarcelamiento así.
Pero los mexicanos de a pie no tenemos información para saber si los gestos de dictador —sobreactuados en la entrevista de Amlo a Le Monde— se agotarán en el histrionismo, en una mascarada de golpe y un nombramiento de “presidente” a cargo de una asamblea de secuaces habilitada por él mismo a quien van a “ungir”, o se trata de actos planeados para combinarse con el apoyo de fuerzas irregulares, ilegales o llanamente criminales (como las que asoman en Oaxaca o en el DF) y que terminarán imponiéndose sobre la debilidad institucional y doblegando a los poderes constituidos, incluido el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación.
Los mexicanos de a pie sólo tenemos a la vista los impulsos dictatoriales de alguien que, aclamado por sus (decrecientes) seguidores, ordenó ocupar la ciudad de México.
Y vimos que su orden se cumplió, contra los derechos elementales de sus habitantes.
Y ahora, a través de Le Monde, como lo centró la cabeza de primera plana de Reforma de ayer, “Considera Amlo proclamarse Presidente”, igual que cuando los generales del siglo antepasado y principios del pasado solían anunciar que estaban pensando en pronunciarse o alzarse contra el gobierno cuando no se satisfacían sus ambiciones.
Amlo, “presidente”; Camacho, “primer ministro” y Slim… ¿por la anulación?
Y todo hace suponer que Amlo también va a cumplir esta decisión, burlándose de los derechos ciudadanos de las decenas de millones de mexicanos que le negaron el voto.
Así, sus tropas concentradas el 16 de septiembre en el Zócalo, constituidas por Amlo en “Convención”, nombrarán “un presidente legítimo” (él, por supuesto). Pero también nombrará, anunció, “un jefe de gobierno”: Manuel Camacho, quien con ese esperpento verá compensadas sus frustraciones acumuladas de no haber llegado a la Presidencia por las vías constitucionales y las condiciones políticas de ayer y de hoy.
Y no faltará —dijo— entre los “acuerdos” que le aplaudirá la “convención”, una “coordinación de la resistencia civil”: fuerzas de choque reclutadas de las clientelas del gobierno del DF, porros y efectivos de las fuerzas de seguridad del propio gobierno local y grupos armados de los que amagan ya en el levantamiento de Oaxaca y en la ocupación de la capital.
En suma, dijo, existe la posibilidad de que el 17 de septiembre México tenga dos Presidentes, el de la calificación constitucional a cargo del tribunal, y el de la mascarada esperpéntica de la “convención”.
Pero de acuerdo al editorial del Wall Street Journal de ayer, “La prueba de la democracia en México”, Amlo podría estar por ganar su verdadera apuesta: que el Tribunal anule la elección, con lo cual dice el diario, “México (estaría) a punto de deshacer la reforma política ganada a duras penas por una generación”.
“Después de semanas de desórdenes de los seguidores de Amlo en las calles de México, pocos expertos están dispuestos a subestimar la posibilidad de que el tribunal electoral pueda anular la elección”, advierte el diario.
“Los mexicanos… tienen razón en estar preocupados, junto con los inversionistas extranjeros y los acreedores internacionales”, sigue el influyente periódico. “Si los jueces culminan sus deberes legales sin doblegarse a los abusos de Amlo, México habrá ganado respetabilidad internacional. Pero si el tribunal sucumbe a la tentación de apaciguar la política de la calle, podría comenzar una (nueva) era de inestabilidad”.
Y pocas dudas deja el diario sobre la identidad de los poderosos intereses monopólicos que respaldan la anulación y un presidente interino, como volteando a ver las relaciones de las cabezas del Grupo Carso y de la UNAM.
jose.carreno@uia.mx
25 de agosto de 2006
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