22 de agosto de 2006

AMLO, Sorel y Benito

Francisco Báez Rodríguez
Crónica
22 de Agosto de 2006

Si las cosas continúan en el mismo carril político, dentro de unas semanas Andrés Manuel López Obrador habrá desconocido a Felipe Calderón como presidente legítimo del país y llamará a sus seguidores a otro tipo de resistencia civil, cuyas aristas todavía no están bien definidas.

AMLO ha creado un movimiento que se pretende disruptivo; un movimiento que está a punto de quedar por afuera, por encima y contra las instituciones generadas en México en las últimas décadas. Un movimiento de “purificación de la vida social” que quiere cambiar profundamente, de manera tajante, la vida política de la nación.

López Obrador utiliza como referentes favoritos a algunos próceres históricos: Ponciano Arriaga, Justo Sierra, Emiliano Zapata y, sobre todo, Benito Juárez, de quienes toma frases prestadas para sus principales discursos e intervenciones. Pero su verdadera inspiración —aunque tal vez él nunca lo haya leído directamente— parece ser Georges Sorel, filósofo francés y teórico del sindicalismo revolucionario.

Sorel fue una suerte de marxista muy heterodoxo, que criticaba los aspectos materialistas y “científicos” del gran teórico alemán del comunismo. Para Sorel, la verdad del marxismo no estaba en su contenido, sino en su capacidad redentora de los pobres para poner fin a una sociedad decadente. Y, a diferencia de Marx, Sorel basaba su socialismo no en un análisis de las relaciones sociales de producción, sino en una cuestión moral.

Para Sorel, los mecanismos de la democracia liberal eran meros caminos laterales, limitados y engañosos de acceso al poder, ya que por la diferencia de poderío y recursos entre capitalistas y trabajadores, la democracia era esencialmente corrupta. La vía maestra era la acción directa. Preconizaba la organización de una gran huelga general como el momento clave para la toma del poder de parte del proletariado, que acabaría controlando los medios de producción.

Pero hay otro elemento clave en la visión del filósofo francés: el “mito”. Por “mito”, Sorel se refiere a la creación de una idea, un concepto, un sentimiento capaz de llevar a las masas a la acción concertada. Lo llamaba mito porque su valor no se medía por su cercanía a la “verdad”, sino por las consecuencias prácticas que acarreaba.

A su desprecio a la democracia burguesa y a la mediocridad, Sorel correspondía con el culto a la grandeza y a la nacionalidad (porque Sorel no creía en el internacionalismo, sino en la grandeza de Francia, que debía revivir los principios puros y populares de la revolución de 1789).

Ir más allá, por encima y —si es necesario— en contra de las reglas injustas de la democracia burguesa. Encontrar un “mito” desde el cual organizar a las masas para la acción directa. Usar a los pobres como ariete para acabar con una sociedad decadente y corrupta. Despreciar la mediocridad. Pensar, antes que nada, en la grandeza de la nación.

Hubo un seguidor de Sorel hace casi un siglo. Un periodista socialista llamado Benito, a quien sus compañeros consideraban extremista del sindicalismo. Era un hombre convencido (lo cito) de que “nuestra clase política es deficiente. La crisis del Estado liberal es esta deficiencia documentada”. Convencido de que sus compatriotas eran “desdeñosos del pasado y ansiosos de renovación”, creó un movimiento revolucionario, que proclamaba, entre otras cosas, “que las organizaciones proletarias (moral y técnicamente dignas) se encarguen de la gestión de las industrias y servicios públicos… un fuerte impuesto extraordinario sobre el capital, que tenga la forma de expropiación parcial de todas las riquezas… la convocatoria a una Asamblea Nacional, cuya primera tarea sea establecer la forma de constitución del Estado”. Un movimiento que, sobre todo, valía por sí mismo: era un programa de transformación continua.

Benito Mussolini, moviéndose hábilmente en un ambiente en el que los partidos no estaban acostumbrados a llegar a acuerdos y en el que la cultura nacional estaba dominada por la retórica, pasó de la izquierda a la extrema derecha, se adueñó del poder —con maniobras, sin violencia en gran escala—, gobernó “fuera, por encima y contra el Parlamento” y lanzó a Italia a la terrible aventura de la II Guerra Mundial.

El mimetismo de algunos de los gestos políticos de López Obrador con las propuestas sorelianas no basta para convertirlo en un Duce en potencia. Entre otras cosas, y sobre todo, porque muchas de sus organizaciones de masas se fundaron a través del clientelismo; por lo tanto, no se integran de manera jerárquica y dependen demasiado de los recursos que otorga la democracia liberal. Igual cosa sucede con el partido: el PRD dista mucho de ser una organización rígidamente vertical. Y si bien nuestros partidos se comportaron en las dos últimas legislaturas exactamente como los de la Italia pre-fascista (los gritos, la retórica, las descalificaciones mutuas), la cultura nacional democrática, aunque inmadura, parece haber sentado raíces. El espacio que le queda a la violencia es reducido.

Finalmente, falta el vuelco ideológico. Hay, sí, masas que siguen al líder sin saber con precisión adónde las lleva. Hay también grupos espontáneos que se han expresado en los campamentos de verano de la Coalición Por el Bien de Todos con un lenguaje claramente de derecha (squadrista, siguiendo el símil italiano). Lo vemos en el lenguaje violento de algunas mantas, en el nacionalismo trasnochado de otras (contra españoles, contra apellidos extranjeros, contra gringos y judíos), en los intentos de adoctrinamiento infantil.

Se ha gestado un huevo de la serpiente. Pero no parece que sea capaz de romper el cascarón.

Del otro huevo de la serpiente —el de la derecha pura y dura— comentaremos próximamente.

fabaez@gmail.com

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