Raúl Cremoux
El Universal
25 de agosto de 2006
Militó en el Partido Socialista Unificado de México (PSUM), derivado de lo que fue el Partido Comunista y era conocido por aceptar la disciplina que le imponían los cuadros dirigentes de los que alguna vez formó parte. Sus amigos dicen que es un hombre derecho que ahora sufre el que sobre él se haya cebado el capricho de su indiscutible jefe.
En algún momento en que tuvo que contestar a bocajarro sobre lo que pensaba de los templetes, carpas y plantones erigidos en el zócalo y en lo que fue el circuito turístico Centro Histórico-Reforma, aseveró que no era esquizofrénico. Se refería a ese padecimiento mental grave que se asocia a una pérdida de contacto con la realidad y a una notable disminución en el desarrollo general de sus funciones. No terminó de aclarar si se refería a esquizofrenia paranoide, que conlleva delirios y alucinaciones; a la esquizofrenia hebefrénica, la cual supone un comportamiento desorganizado y emociones inapropiadas; o a la esquizofrenia indiferenciada, que se caracteriza por una constante alteración del pensamiento y la adquisición de una lógica zigzagueante. Como dividido en dos personalidades.
No, no puntualizó, pero lo que sí dejó en claro es que sabe bien que tales manifestaciones de protesta colectiva las ve sin dificultad y sabe bien que riñen con su responsabilidad de disuadirlas y desaparecerlas para que los habitantes de una ciudad con problemas permanentes de vialidad no terminen, ellos sí, con serios síntomas enloquecedores.
No obstante haberse autodictaminado como un individuo sano, Alejandro Encinas sabe que no se comporta de acuerdo con la realidad legal: no ha cumplido con una disposición municipal que es regla para todos salvo para su partido político, y que acatarla evitaría los daños de todo orden que se ha impuesto a una población que les brindó confianza a los candidatos de su partido. Todos ellos, como bien sabemos, obtuvieron los puestos a los que aspiraban, salvo uno. Y ese uno en su derrota sabida y anticipada a la oficial, es lo que obliga a Encinas a trastocar la que era una atendible carrera política y respetable reputación humana. Más que eso, distorsiona y termina por anular los numerosos pasos que el PRD había dado para mejorar su imagen local y nacional. Hoy sabemos en su persona que los hombres con un limpio historial progresista, honestos y rectos, dejan de serlo cuando hay un jefe patrón que les impone sus reglas sin importar que los intereses grupales, menores, se impongan a los generales.
Por supuesto que es válido que Alejandro Encinas estime como legítimas las protestas de sus compañeros y amigos; bien que les ayude a plantar carpas, gozar de letrinas. Pero nada de esto es justificable cuando se hace con los dineros de los contribuyentes de todos los partidos y también de los apartidistas, y aún menos cuando lo hace desde el puesto de un servidor público. Bien podría tratar de hacer todo lo anterior desde la majestad de la ciudadanía común y con ello darle cuerpo a una de las máximas de Narciso Bassols cuando hablaba del as que guardan todos los funcionarios bajo la manga: la renuncia. Un hombre responsable, honesto y recto, para seguir siendo respetable, tiene esa inmensa, memorable salida.
La disciplina partidaria y lo que es definitivo, la sumisión al patrón, tiene límites que bien clarifica el honor.
cremouxra@hotmail.com
Escritor y periodista
25 de agosto de 2006
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