Rosario Robles
Milenio
26/08/2006
AMLO sabe lo que dice cuando señala que en la historia de este país, los cambios se han producido a través de auténticas revoluciones populares. Que esas transformaciones se han logrado con el llamado a los de abajo, a ese pueblo oprimido que ha sido capaz de las más grandes hazañas. De esa manera nos liberamos del yugo español en la gesta independentista. Con líderes además que abogaron no sólo por las reivindicaciones políticas, sino también por una visión igualitaria expresada magistralmente en los Sentimientos de la Nación de Morelos. Así pasó durante la Reforma, cuando esa notable generación de liberales encabezada por Juárez derrotó al régimen monárquico y restauró la República. Qué se puede decir de la Revolución Mexicana, de Madero y el sufragio efectivo, pero de manera especial, de Zapata y el ideario de justicia social plasmado en la Constitución del 17 que el cardenismo hizo gobierno. Los mismos anhelos, los de una nación libre y soberana, la misma realidad que hizo posible estos momentos trascendentes: la profunda desigualdad en la que vive la inmensa mayoría del pueblo. Todo esto presente hoy no sólo como historia, sino como circunstancia inobjetable. Los privilegios que agravian a millones cuyo horizonte sólo es de pobreza.
Por eso su llamado a la Convención Nacional Democrática y la declaración de que podría haber dos presidentes. Por eso dice que no es un político tradicional (su talla es la de nuestros próceres, piensa en su fuero interno). Su ancla está en la historia. Porque del Congreso de Chilpancingo, en el que estuvieron representadas las regiones liberadas, surgió el primer pacto constitucional que estableció que la soberanía reside originariamente en el pueblo. Porque Juárez representaba el gobierno legítimo frente al espurio encabezado por los conservadores y, con mayor razón, por un archiduque extranjero. Porque también Madero se proclamó presidente para enfrentar a la dictadura de Porfirio Díaz, lo que inició la gesta revolucionaria que terminaría con una nueva constitución cuyo componente profundamente social es producto del carácter popular de la Revolución. Para López Obrador, su liderazgo se inscribe en esta tradición. Porque la lucha ha sido siempre (simplificando, desde luego) entre liberales y conservadores. Entre el pueblo y los privilegiados (de ayer y de ahora). Porque si la vía electoral no hizo posible que se concretara este anhelo de igualdad, entonces habrá que construir esta posibilidad desde otras trincheras, con un poder dual, edificado desde abajo, que sólo él puede encabezar, porque le fue arrebatado su triunfo y cualquier otra cosa es inmoral.
El único problema es que México ya no es el mismo. Y, sobre todo, que la izquierda decidió, desde hace mucho, que las elecciones eran el camino para alcanzar la democracia y una patria para todos. Porque el PRD, en efecto, surgió como respuesta al fraude electoral y la imposición, pero también es producto de la decisión de mantener la lucha dentro del marco constitucional y pacífico. Porque hoy es gobierno en la capital y en otras entidades y municipios. Porque es una fuerza indiscutible en el Congreso. Porque durante años ha reivindicado que el único mandato es el que se deposita en las urnas, y ha luchado para que la pluralidad política se exprese en las Cámaras. La disyuntiva no es fácil. Se puede apostar a una dualidad cuyo equilibrio es precario en el momento y las circunstancias actuales. Si el Tribunal Electoral valida la elección cuyas reglas fueron votadas por todos, hay que rechazar el resultado, al mismo tiempo que se abrazan con furor los otros escaños. Si ésa es la decisión del Tribunal no hay que acatarla (Ebrard dixit), aunque el mismo jefe de Gobierno tenga que negociar con ese poder no reconocido el nombramiento de procurador, jefe de la policía, y los montos de la deuda para la ciudad. En efecto, son momentos históricos. La diferencia es que algunos pensamos que defender la República es algo más, mucho más grande, que el simple dilema en el que nos quiere colocar López Obrador.
26 de agosto de 2006
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