Jaime Sánchez Susarrey
Reforma
26 de Agosto del 2006
Y se hizo la luz. Ya no hay ninguna duda. AMLO lo dijo con toda claridad. La Convención Nacional Democrática podría nombrar a un Presidente legítimo y a un "consejo de resistencia civil" para impedir la imposición. Por eso la mañana del 17 de septiembre el país podría despertarse con la novedad de que hay dos presidentes: uno espurio, pelele, producto del fraude electoral: Felipe Calderón; y otro que contaría con la representación verdadera del pueblo y de la nación: AMLO. Todo lo anterior lo dijo, para que no se tome a la ligera, en una entrevista que le concedió al periódico Le Monde. Está escrito en letra de molde.
Rubem Fonseca dixit: la verdad es más extraña que la ficción porque no está obligada a responder a lo posible. Hace apenas unas semanas, propuse en este mismo espacio que la Convención Nacional de Payasos declarara a López Obrador presidente de la República y le confiriera poderes absolutos sobre el Zócalo de la Ciudad de México. Me quedé corto, una vez más. El Peje y sus maraqueros son simple y llanamente insuperables. La toma de Paseo de la Reforma y la convocatoria de la Convención Nacional Democrática son dos ideas geniales. Sobre todo, porque en la Convención estarán representados no sólo los payasos, como propuse inicialmente, sino todos los pueblos y las etnias (incluidos los pejelagartos, los panchosvillas, etcétera) que componen este gran país. (No sobra reiterar que las chachalacas y especies anexas deben abstenerse; no son ni nunca serán bienvenidas.)
Prudencia, prudencia y más prudencia. No son las palabras de algún revolucionario francés, sino de quienes consideran que la única manera de enfrentar a Andrés Manuel y sus huestes es la tolerancia. La mejor prueba, dicen, de que la estrategia es correcta es el desgaste que están sufriendo AMLO y su movimiento. Además, el precedente de lo que ocurrió en Chiapas con el subcomandante Marcos parecería confirmar el diagnóstico. El antiguo y mediático guerrillero ha terminado convertido en un clown sin gracia ni audiencia. Pero, desgraciadamente, las cosas no son tan sencillas. El Zócalo de la Ciudad de México no es algún lugar perdido en las montañas del sureste mexicano. AMLO tampoco es Marcos; no es lo mismo un candidato presidencial vencido por unas décimas de punto que el líder de un movimiento en la selva. Así que más temprano que tarde, el gobierno de la República se verá ante el dilema de aplicar la ley o tolerar lo intolerable. Y a eso hay que agregar que los posicionamientos y las acciones serán cada vez más radicales. AMLO ha hablado de revolución, va por todo y no está bromeando. A estas alturas, lo menos que deberíamos haber aprendido es que hay que tomarlo en serio.
Una buena y una mala. La buena: AMLO ha perdido simpatía entre los ciudadanos. Muchos de los que votaron por él están arrepentidos y aterrados. Es más, si la elección fuese hoy Felipe Calderón se impondría de nuevo por un margen más amplio. Y no sólo eso. Los partidos que integran la coalición Por el Bien de Todos, particularmente Convergencia por la Democracia, se están distanciando de López Obrador. Otro tanto está ocurriendo con las corrientes más moderadas del perredismo. La vía insurreccional del candidato rijoso no le conviene al partido que se ha convertido en la segunda fuerza en el Congreso. El cálculo de Marcelo Ebrard no es diferente. Las protestas y la violencia hundirían irremediablemente a su gobierno. Pero esas tendencias sólo se consolidarán en el mediano plazo. El aquí y ahora es otra cosa. Los perredistas irán al Informe presidencial y al Grito en el Zócalo como un pequeño ejército bajo el mando de López. Y todo aquel que se salga de esta línea será denunciado y crucificado como un traidor. El Peje está de capa caída, pero aún paraliza a sus seguidores con una sola mirada. Esta es la noticia mala. Nada está decidido de antemano; todo puede suceder. Su apuesta es polarizar para convertirse en el líder indiscutible del "movimiento liberador"; poco importa que los ingredientes de ese brebaje sean la violencia y la sangre.
Oaxaca. Sólo un ingenuo no vería las coincidencias y los vasos comunicantes entre Oaxaca y la Ciudad de México. La Asamblea Popular del Pueblo de Oaxaca está exigiendo: a) la desaparición de poderes; b) la formación de un gobierno popular (whatever that means); c) la celebración de nuevas elecciones. Las demandas gremiales y sociales han quedado atrás. El conflicto está absolutamente politizado y los métodos de lucha son ilegales y violentos. Toda proporción guardada, estamos ante ecos de lo que podría ocurrir en la Ciudad de México. La APPO ha expresado de múltiples maneras su solidaridad con la candidatura de AMLO, primero, y con la exigencia del conteo voto por voto. Van en el mismo barco: el orden existente ilegítimo debe ser purificado para crear nuevas instituciones.
Mea culpa. La gran mayoría de los intelectuales de izquierda nos debe una explicación. Cómo fue que se sumaron a la candidatura de un personaje como López. Qué fue lo que vieron en él. O más exactamente, por qué no vieron lo evidente. El programa de AMLO no es ni nunca fue de izquierda. Sus propuestas son un conjunto de medidas populistas de los años setenta o delirantes disparates como crear 32 universidades y 400 preparatorias. Pero no sólo eso. Lo más grave es la naturaleza del personaje. La dimensión mesiánica de su personalidad y su desprecio por las instituciones siempre fueron evidentes. Y qué decir del componente paranoico que se traduce en la denuncia de complots urbi et orbi. Todo eso se ha potenciado con la derrota, pero nada más. No basta, por lo tanto, con deslindarse. La responsabilidad de los intelectuales en el encumbramiento de este personaje es mayor. Los que minimizaron sus rasgos autoritarios e irracionales no son menos culpables que los que lo veneraron y adularon (¡Oh, Andrés, sálvanos de una vez!).
¿Hacia dónde vamos? Hacia el enfrentamiento. Al final, no habrá otra opción. López jamás aceptará la derrota. Hacerlo va contra su naturaleza. Y ya se sabe que no hay que pedirle peras al olmo. Quienes tienen esperanza en la negociación y el entendimiento, por ser virtudes propias de la política, son unos ingenuos. La suerte está echada. Sólo un fallo favorable a AMLO o la anulación de las elecciones por el Tribunal Electoral cambiaría radicalmente el escenario. El tiempo está en principio a favor de Felipe Calderón y las instituciones. Pero nada está escrito en forma definitiva. Antes de llegar a buen puerto, habrá que salvar varias tormentas tropicales y alguno que otro tifón.
26 de agosto de 2006
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