José Woldenberg
Reforma
24 de Agosto del 2006
El 5 de junio de 1869 -hace 137 años-, Francisco Zarco publicó en el periódico El Siglo Diez y Nueve un artículo titulado “Las elecciones. Nada de reservas mentales”. Vale la pena escuchar su voz.
“La agitación electoral no nos alarma. La vehemencia de las discusiones de la prensa no nos sorprende. Esa excitación de los ánimos, este calor de los debates son preferibles a la guerra civil”.
“Aun suponiendo que se revuelvan malos elementos, que abunden las aspiraciones innobles, que se pongan en juego los intereses personales y que no sea el bien público la mira de los que pretenden ser elevados por el sufragio popular, todo esto es preferible a los antiguos pronunciamientos, a los motines y a las asonadas, y también es preferible al que entienden por orden los partidos reaccionarios”.
Se trataba de una valoración estratégica: las elecciones como un método para resolver los conflictos políticos, la vía comicial como un dique contra la violencia, la disputa civilizada -aunque vehemente y agitada- en lugar de la fuerza de las armas. No importaba detectar las perversiones de muchos de los participantes. Aún así las elecciones eran preferibles a las asonadas. Zarco seguía:
“En las elecciones al fin decide la opinión pública y falla el voto de la mayoría. Ante esa decisión y ante ese fallo, todos deben inclinarse con respeto, pero muy particularmente los que entran en la lucha electoral”.
“Celebramos que este periodo electoral se presente más animado que todos los anteriores. En ello encontramos un síntoma de verdadera vitalidad, una señal de que aumenta el número de ciudadanos que se ocupan de la cosa pública, y esta señal es para nosotros halagadora esperanza de que se afirme la paz y se consoliden las instituciones democráticas, resolviéndose todas las cuestiones por medios legales”.
“Verdad es que en la capital y en los estados se han fundado nuevos periódicos para influir en las elecciones; que en algunos puntos hay clubes o convenciones que proclaman ya sus candidatos y que en todo el país reina la agitación electoral. Pero nosotros quisiéramos que esta agitación no se limitara a estrechos círculos políticos, sino que cundiera a todos los ciudadanos, y sobre todo, a las clases trabajadoras. Quisiéramos que en cada distrito electoral los agricultores, los mineros, los comerciantes, los artesanos, se ocuparan de las elecciones y buscaran un representante que defienda con celo los intereses del pueblo”.
Zarco veía con gusto y esperanza que cada vez más ciudadanos se incorporaran a los debates electorales y quería que esa ola se expandiera hasta abarcar a las “clases trabajadoras”. Luego el artículo hacía una crítica de la elección indirecta “que no depura sino falsifica el sufragio popular” y argumentaba a favor de una elección directa. (Recordemos que como diputado constituyente en 1856-57, Francisco Zarco defendió el voto directo pero fue derrotado, y su aspiración no se hizo realidad sino hasta el Constituyente de 1916-17). También hacía el elogio de la elección por distritos, “que crea entidades electorales independientes, que no pueden ser dominadas todas ni por un poder arbitrario ni por intrigas de las facciones”. Y más adelante escribía:
“El gobierno, de una manera solemne, ha declarado que respetará la libertad electoral, que no influirá de ninguna manera en las próximas elecciones y ha desmentido como calumniosas las voces que corrieron sobre que enviaba agentes electorales a los estados y de que favorecía determinadas candidaturas”.
“La oposición no se ha dado por satisfecha con estas declaraciones, y sigue viendo manejos electorales del gobierno en los nombramientos de empleados, en el envío de visitadores, en los movimientos de tropas y en la distribución de los fondos públicos. Para no dar lugar a tanta suspicacia, sería preciso que la administración se paralizara completamente durante el periodo electoral”.
“Nosotros tenemos confianza en el pueblo y por esto no tememos que el poder sea capaz de pervertir el voto popular”.
“Temer la influencia del gobierno en las elecciones, si tal temor es sincero, equivale a desconfiar enteramente del pueblo, y si tal temor sólo se aparenta, es confesarse vencido antes de entrar en la lucha…”.
“Si se nos tacha de optimistas, diremos que los que descubran intrigas, complots, violencias, amenazas, peligros para la libertad electoral, tienen el deber de denunciarlos ante la opinión. La publicidad fue y ha de ser la derrota segura de los intrigantes. Pero es preciso que estas denuncias sean claras, terminantes y comprobadas, y no se funden sólo en vagas sospechas”.
“Los partidos que entran en la lucha electoral midiendo todas sus fuerzas, poniendo en juego todos sus medios de acción y de influencia, deben velar por la libertad electoral; pero también deben aceptar el resultado de la contienda, sea cual fuere…”.
“Sólo así se comprenden las elecciones en un país libre; sólo así pueden afirmar la paz, consolidar el orden, asegurar la libertad y renovar y vigorizar de una manera conveniente los poderes públicos”.
“Entrar en la lucha con la reserva mental de aceptar la victoria como expresión de la voluntad del pueblo, pero de no conformarse con la derrota y clamar entonces contra el cohecho, contra el soborno, contra la violencia, contra la intimidación, y pretender entonces desconocer el resultado del sufragio, es descender al rango del fullero, que merece el desprecio de los mismos tahúres…”.
“Libertad, discusión, examen, lucha agitación, todo sea enhorabuena, pero entremos de una vez al terreno legal, aceptemos el fallo de la mayoría, y contra este fallo no hay reservas mentales”.
24 de agosto de 2006
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario