22 de agosto de 2006

La coalición y el cardenal

Roberto Blancarte
Milenio
22/08/2006

Lejos están aquellos días en los que, en ruptura total con el espíritu de laicidad, el Jefe de gobierno del Distrito Federal invitaba al arzobispo primado de México a inaugurar segundos pisos y obras viales, o cuando López Obrador ofrecía espacios para un Museo de Arte Sacro, o cuando una llamada del jerarca católico al líder perredista frenaba las iniciativas dentro de la Asamblea Legislativa para aprobar una Ley sobre Sociedades de Convivencia, que hubiera sido favorable a las parejas del mismo sexo. Todas esas alianzas espurias y amores interesados terminaron. Ahora la coalición Por el Bien de Todos, sin el recato ni el pudor religioso que le caracterizó durante la campaña, vuelve al viejo anticlericalismo de la izquierda, molesta por lo que considera, ahora sí, un indebido intervencionismo de la jerarquía eclesial en la vida política nacional.

Signos de desesperación tal vez o simple y sencillamente de una brutal desorientación ideológica que ha llevado al perredismo a fluctuar entre el muy priísta acomodo nicodémico (en lo oscurito) y el anticlericalismo más ramplón. La coalición no tardó mucho en incluir en el complot, junto con los medios y los empresarios, a la dirigencia de la Iglesia católica. No que le falten razones para sospechar que la mayoría de los obispos nunca le tuvieron confianza al perredismo. Hay más bien mucho de decepción entre quienes se crearon falsas expectativas en la ilusión del populismo. Poco acostumbrados a tratar con una Iglesia políticamente pragmática, en el desenlace electoral desfavorable, se percataron tempranamente que la afinidad era interesada.

Sería paradójico, pero según parece, a la coalición Por el Bien de Todos no le interesa tener mayor popularidad. Está haciendo, desde el día de la elección e incluso antes de ella, todo lo posible para perder el respaldo de la mayoría de la gente. Ejemplo de ello fue la manifestación frente a la Catedral Metropolitana organizada por la coalición, durante la cual se realizaron consignas de corte anticlerical, dirigidas esencialmente a presionar al cardenal Norberto Rivera. Cálculo erróneo al creer que el arzobispo de México, acostumbrado a presiones mayores y retos ideológicos más importantes, cederá ante las protestas de algunos, que él siempre supo enemigos. Lo único que los miembros de la coalición lograrán, como con muchos otros, es empujar al cardenal a abandonar su frágil neutralidad e inclinarse al bando de las fuerzas del orden y la estabilidad, con las que la Iglesia católica siempre ha estado.

Durante la campaña, la coalición y su candidato presidencial no tocaron el tema de la laicidad. Prefirieron fluctuar entre un populismo de corte mesiánico que apelaba tanto a la figura de Cristo como a un timorato anticlericalismo, igualmente arraigado entre la población. Contrariamente a Patricia Mercado, quien sí construyó parte de la plataforma de su Partido Alternativa Socialdemócrata alrededor de la idea de un Estado laico defensor de las libertades individuales y colectivas de los ciudadanos, la coalición prefirió manejarse en un discurso ambiguo, para no molestar a los jerarcas católicos. No ganó ni el apoyo de los obispos, ni la confianza de los ciudadanos.

Las encuestas varían, pero lo cierto es que las iglesias han consolidado su posición como instituciones que cuentan con la mayor confianza de los mexicanos, mientras que los partidos políticos están en los rangos de menor credibilidad y aceptación. Ante la debacle política, los bonos de los sacerdotes (a pesar de todos los escándalos) suben, mientras que los de los políticos, diputados y senadores, bajan. Poco está haciendo la coalición para revertir esta tendencia. Pero aquí al parecer no estamos más en una estrategia centrada en la popularidad, sino en la presión política para obligar a los jerarcas a callarse o a mantener una real neutralidad en el proceso político. En otras palabras, ante el fracaso de la estrategia (de corte más bien priísta) de cooptar a la jerarquía, la coalición pasa al ataque y a la crítica (también muy priísta), para intentar silenciar a los obispos.

En lugar de construir un pensamiento laico que defienda la autonomía de lo político frente a lo religioso y fortaleciendo las libertades ciudadanas, comenzando por la libertad de conciencia, la coalición se fue por el viejo camino de la cooptación o la represión. En lugar de haber reforzado su discurso sobre la educación laica y la importancia de un Estado que garantice las libertades de todos, independientemente de su preferencia religiosa, la coalición apostó a la connivencia con un hipotético e incómodo aliado. Ahora está pagando el costo de una deficiencia ideológica y en consecuencia de una equivocada estrategia. Aunque no le importe mucho, pues a estas alturas la coalición está interesada más en una estrategia de poder más que de consensos. Esperemos de cualquier manera que esta lección le sirva a alguien en el futuro.

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