Leo Zuckermann
Excelsior - Juegos de Poder
21-08-06
Jaime Sánchez Susarrey nunca le dio el beneficio de la duda a Andrés Manuel López Obrador. Siempre insistió en que el perredista era un radical contestatario que no podía ser un demócrata moderado, el líder de una izquierda moderna como la que necesita México. El académico incluso publicó durante la campaña una novela de ficción titulada La Victoria, donde imagina qué hubiera hecho AMLO en caso de haber ganado las elecciones. Sin ambages, es la historia del retroceso democrático que hubiera significado para el país.
Aunque todo indica que AMLO perdió, la reacción del tabasqueño frente a la derrota le ha dado la razón a Sánchez Susarrey en cómo aquél es un riesgo para las instituciones democráticas. A propósito de la más reciente radicalización del perredista, dice el editorialista de Reforma: "El candidato de la coalición Por el Bien de Todos se apresta a desconocer no sólo al nuevo Presidente de la República, sino al conjunto de las instituciones del Estado mexicano. En ese paquete van el Instituto Federal Electoral, la Suprema Corte de Justicia de la Nación, el Tribunal Federal Electoral y, por supuesto, el nuevo Congreso de la Unión".
Me parece que Sánchez Susarrey está en lo correcto, pero sólo está viendo un lado de la moneda. Es claro que AMLO le está apostando a un movimiento social que efectivamente desconozca la legitimidad y eficacia de las instituciones de nuestro régimen político. Sin embargo, también le apostará a seguir beneficiándose de los espacios institucionales que pueda controlar. Se trata de una estrategia dual: liderar un movimiento opositor que cuestione a las instituciones y, al mismo tiempo, operar dentro de éstas con el fin de obtener tribuna, espacios mediáticos, recursos económicos e incluso reformas legislativas que le beneficien.
El politólogo Juan Linz ha hecho una clasificación de las posibles oposiciones que puede haber en un régimen político. La oposición leal son aquellos partidos que se oponen al gobierno, pero no al régimen. La desleal es la que es una ferviente oposición, a menudo violenta, al régimen y al gobierno; lo que Giovanni Sartori ha llamado partidos "antisistema". Finalmente se encuentra la oposición semileal, caracterizada por la ambigüedad: generalmente comienza siendo leal al régimen pero, por distintas circunstancias históricas e ideológicas, cada vez actúa más como desleal. A ratos parecen estar dispuestos a jugar con las reglas del juego establecidas, pero luego anuncian que no están de acuerdo con éstas y que podrían salirse del juego.
Para Sánchez Susarrey, AMLO estaría en el borde de formar una oposición desleal. Yo, en cambio, pienso que el lopezobradorismo está actuando con la típica ambigüedad de la semilealtad. De hecho, ya lleva mucho tiempo haciéndolo. Su actuación frente a los comicios del 2 de julio así lo indica. AMLO y su equipo cercano estaban dispuestos a respetar a las instituciones de la democracia siempre y cuando ganaran. Y como realmente pensaban que iban a ganar, insistieron en que confiaban en el IFE y respetarían sus resultados. Cuando éstos les fueron adversos, empezaron a cuestionar la legitimidad y la eficacia de este Instituto, típica reacción de una oposición semileal.
Lo mismo ocurrió con el Tribunal Electoral. Ejercitando su derecho, la coalición Por el Bien de Todos presentó una demanda donde impugnaron alrededor de cuarenta mil casillas. Sin embargo, en las calles insistieron en que el Tribunal debía contar todos y cada uno de los votos de las 130 mil casillas. ¿Por qué no solicitaron, entonces, esta demanda por la vía jurídica? Por una razón sencilla: desde entonces sabían que el recuento total de la elección no les favorecería y era mejor que el Tribunal no abriera todos los paquetes, para lo cual los magistrados necesitaban sustento judicial, de tal suerte que, al final, se "desenmascarara" la podredumbre de todas las instituciones democráticas.
Es previsible que, en cuanto el Tribunal termine sus trabajos y, como todo lo indica, declare Presidente electo a Felipe Calderón, el lopezobradorismo denueste el trabajo de este cuerpo jurisdiccional. De hecho, desde hace tiempo vienen cuestionando la imparcialidad del Tribunal y, en el caso de AMLO, incluso dice que él nunca reconocerá el resultado si es a favor de Calderón. Es claro: usan a las instituciones cuando les conviene y las cuestionan también cuando les conviene.
Lo mismo sucederá con el Congreso. Los diputados y los senadores del PRD van a tomar posesión e inevitablemente negociarán con las otras fuerzas políticas para procurar los recursos públicos destinados a su partido y a los gobiernos estatales que controlan. Incluso van a promover algunos cambios legislativos. Sin embargo, desde afuera, el movimiento lopezobradorista pondrá en tela de juicio la legitimidad de las instituciones, incluida la del Congreso y, por supuesto, la del Presidente.
Otro ejemplo de ambigüedad semileal se dará en el Gobierno del DF. Marcelo Ebrard va a gobernar a la capital pero tendrá que ponerla al servicio del movimiento social de AMLO. Serán gobierno, mas también oposición al régimen político, tratándose de beneficiar de ambas situaciones. Para ponerlo esquemáticamente en términos actuales, continuará el juego que en esta ciudad están jugando, por un lado, el gobernante Alejandro Encinas y, por el otro, el rebelde Martí Batres, ambos controlados por López Obrador.
La pregunta es qué tanto puede una oposición mantenerse en la ambigüedad inherente a la semilealtad. Me parece que no por mucho tiempo porque, en última instancia, como reza el dicho, no se puede mamar y dar topes al mismo tiempo. O se hace lo uno o lo otro. O se transita a la lealtad o a la deslealtad con las instituciones democráticas. Y en lo que coincido con Sánchez Susarrey es que la personalidad de AMLO es más propensa a lo segundo que a lo primero.
leo.zuckermann@cide.edu
21 de agosto de 2006
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