Ricardo Alemán
El Universal - Itinerario Político
24 de agosto de 2006
No sólo está en juego la legitimidad, sino el riesgo de que una tercera llamada rebase a todos
Muchos de los que hoy se arrepienten de su voto a favor de AMLO, y de quienes a pesar de todo mantienen firme su legítima creencia, exponen en público y en corto un argumento que resulta demoledor por su valor social, político, ético y hasta moral: votaron por López Obrador porque creyeron y/o siguen creyendo que era el único candidato que atendería a los pobres y cuya propuesta iba dirigida centralmente a ese sector marginado de los mexicanos. El argumento es impecable; era difícil creer en las propuestas de Calderón y Madrazo en torno de los pobres, dado que en ambos sus recientes gobiernos presidenciales dieron muestras de todo, menos de enarbolar una verdadera política social hacia los que menos tienen. El credo y los creyentes eran los correctos. Pero para muchos impugnadores de AMLO, el problema eran los sacerdotes, el candidato que para resolver ese grave lastre ofreció por todo el país regalar dinero, mientras que era aplaudido por una claque venida de lo más cuestionable del PRI.
Pero resulta que muchos de quienes de la noche a la mañana se convirtieron al lopezobradorismo en 2006, fueron los mismos que 12 años antes habían despertado -la mañana del 1 de enero de 1994- frente a una realidad insultante, que avergonzaba a todos, la de la pobreza lacerante de millones de mexicanos, sobre todo indígenas, que germinó un movimiento armado que le declaró la guerra a las instituciones del Estado, entonces en manos del PRI. Aquella gesta poético-política volcó a los sectores de la izquierda mexicana, de la intelectualidad, la academia, los medios, los jóvenes... no a la conformación social de una fuerza organizada pensante y dialogante, sino al culto a la personalidad -del líder zapatista Marcos- al endiosamiento del líder todopoderoso, autoritario y de decisiones verticales, que sería el nuevo salvador.
Como ahora -que AMLO convoca a una Convención Nacional Democrática-, hace 12 años el alzamiento del EZLN se encauzó hacia una Convención Nacional Democrática que terminó en una vergonzosa pasarela de notables de izquierda, de académicos y líderes que peleaban por estar lo más cerca posible del encapuchado y que terminó en un penoso zapatur. Las veleidades del guerrillero, las grillas ceceacheras, el culto a la personalidad, la nula autocrítica y los palos de ciego terminaron por devaluar un proyecto auténtico, de reclamos legítimos y que al final, nos guste o no, contribuyó a crear las instituciones de la democracia electoral vigente.
Pero cuando se agotó la capacidad de asombro, de vergüenza por esa inmoral realidad de millones de pobres; cuando ya fue imposible sacarle raja política al alzamiento chiapaneco, los de siempre se llevaron su incienso, su culto a la personalidad, su servilismo a otro lado y encontraron otro prohombre. Renegaron del encapuchado que se atrevió a criticar a su rival en la reivindicación de los pobres, y agigantaron la nueva figura para el culto; el indestructible, el infalible, el demócrata López Obrador, el que moralmente no puede ser derrotado.
Y en efecto, tanto el alzamiento armado en Chiapas, Marcos, como la coalición Por el Bien de Todos y AMLO moralmente debieron resultar ganadores. Su causa es legítima, urgente de resolver. Pero en los dos casos el argumento de los pobres se quedó sólo en eso, en un mero argumento político, discursivo y hasta demagógico; no fue un fin estratégico. En 12 años, sólo 12 años, han aparecido en México una guerrilla surgida desde lo más profundo de la pobreza, que hizo frente a las instituciones, y un candidato presidencial que convocó -de la manera que se quiera y por las artes que se antojen- a la solución de ese lastre, el de los pobres.
Ya vivimos la primera y la segunda llamadas. Pero el problema sigue allí. La tercera llamada puede terminar mal, muy mal para todos, si no es que el gobierno por venir realmente atiende esa deuda, más allá de guerras político-electorales. Todo indica que esa gigantesca responsabilidad recaerá en Felipe Calderón, candidato del PAN, de la derecha, al que muy probablemente el TEPJF declare presidente electo. ¿Qué va a hacer Calderón frente a ese reto formidable? El problema rebasa la ideología, la geometría política, y se coloca como factor de seguridad nacional. No sólo están en juego la legitimidad, la gobernabilidad y la viabilidad de la democracia, sino el riesgo de que una tercera llamada rebase todo y a todos. El problema no es si Calderón quiere, si se lo dicta su doctrina, su conciencia, su responsabilidad, su moral política y personal. El problema es que ya no es posible retrasar más la atención de los pobres como la prioridad de todas las prioridades.
En eso trabaja Calderón, según sus cercanos, quienes aventuran que el de él puede ser un gobierno de izquierda con un presidente de derecha; otros advierten que en el ejercicio del poder, Calderón rebasará a AMLO "precisamente por la izquierda". Se especula de un ambicioso programa social de cobertura universal, sin presiones al presupuesto, que sería el primer gran golpe de su gobierno. Y más le vale, porque no le queda más que hacer realidad el "primero los pobres". Por lo pronto, aquí seremos los más críticos de su gobierno. Al tiempo.
aleman2@prodigy.net.mx
24 de agosto de 2006
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