14 de julio de 2006

La depresión postelectoral de López Obrador

Bertrand de la Grange
Crónica
14 de Julio de 2006

¿Finge el astuto Andrés Manuel López Obrador el colosal coraje que reflejan su mirada fija y su sonrisa congelada? Lo pensé al inicio, pero rápidamente me di cuenta de que no: el hombre está realmente afectado por lo que La Jornada llama “depresión postelectoral”. Claro está, la psicoanalista social Guadalupe Sánchez, citada por ese periódico, no se atreve a presentar un diagnóstico sobre el candidato del PRD. El autoproclamado “indestructible” es inmune a la debilidad y a la desesperanza. El objeto del análisis de la especialista son los electores frustrados por la derrota de su candidato y “por la falta de certeza en el resultado de los comicios”. En pocas palabras: muchos de estos ciudadanos –cerca de 15 millones, lo que no es poco– estaban absolutamente seguros del triunfo y, si su pronóstico no ha sido ratificado por el IFE, es porque hubo mano negra, una conspiración para robarle la victoria al candidato que iba a realizar el cambio que habían estado esperando durante tantos años. “Se sienten víctimas de un abuso de poder”, dice la experta. Sin la menor duda, la frustración debe de ser mayúscula en esos sectores. Veían la elección como un simple trámite, una confirmación oficial de las encuestas: si así fuera, Daniel Ortega hubiera ganado en 1990 en Nicaragua y nadie hubiera oído hablar nunca más de Violeta Chamorro. Por cierto, esas encuestas, que oscilaban entre el “empate técnico” y una victoria holgada de López Obrador, ya no son tema de análisis, y todo el mundo parece haberse olvidado de la más estrafalaria, la de María de las Heras, que se quedó a un paso de anunciarnos la inevitable victoria del PRI.


Sin tener la misma formación que la psicoanalista citada, comparto su diagnóstico (bastante obvio, por lo demás), que he observado en otros países en situación de polarización extrema. En Nicaragua, los sandinistas, que disponían de las armas y de todo el aparato represivo, aceptaron a regañadientes su derrota electoral únicamente cuando la comunidad internacional ejerció una tremenda presión política y económica sobre los comandantes. Sin embargo, creo que los comentarios de la experta y de varios otros especialistas citados por La Jornada se aplican con creces al propio “candidato de los pobres”. A diferencia de los ciudadanos comunes y corrientes, que no viven de la política y deben buscar el sustento diario de sus familias, López Obrador no tiene otra preocupación que la de llegar a la Presidencia de la República a como dé lugar. Se trata ahora, más bien, de una obsesión, como lo diría cualquier psiquiatra. Tanto como sus huestes, el candidato del PRD estaba convencido desde hace mucho tiempo de que la victoria era suya, y su frustración parece aún mayor que la de sus seguidores. Basta verle la cara de funeral y ese rictus permanente de rabia, que contrasta con las caricaturas que sus simpatizantes pasean por todo el país, donde aparece con una sonrisa pícara y la banda presidencial puesta.

Hay una diferencia abismal entre la verdadera tristeza de los simpatizantes del PRD y la ira postelectoral del líder. López Obrador sabía desde la tarde del domingo, es decir, varias horas antes del cierre de las casillas, que se había dado un vuelco notable en las preferencias de los mexicanos y que Felipe Calderón se perfilaba como el vencedor. Cuando se terminó la votación, el candidato de la izquierda tenía en mano varias encuestas a boca de urna y recibió muy pronto los conteos rápidos. En ningún momento le llegaron los datos que esgrimió esa misma noche en televisión, que le daban supuestamente la victoria con 500.000 votos. Fue un farol para intimidar a sus adversarios, al IFE y a los medios, y para movilizar a sus huestes y a la prensa internacional contra un posible “fraude”. La reacción inmediata de Calderón neutralizó la maniobra, pero era sólo la primera de una serie de escaramuzas. Ya sabemos que López Obrador no se detendrá ante nada. Ha acusado a varios representantes de su propio partido de haberse vendido y ha calificado a los miembros del IFE de “delincuentes”. A este ritmo, se va a quedar solo, encerrado en su Numancia personal. “Cada vez estoy más convencido de que he ganado la elección presidencial”, decía ayer. Esto ya suena a delirio de persecución o de grandeza en su forma alucinatoria, según la literatura psiquiátrica. Si finalmente obtiene el recuento “voto por voto” y el nuevo resultado no le favorece, pedirá la anulación de la elección. Para lograrlo, seguirá llenando el Zócalo de gente humilde que no sabe que él sí sabe que ha perdido ante Calderón. Tabasco 2000 sólo fue un ensayo, ahora viene la verdadera prueba de fuego. Que todo ese gran teatro mantenga a México en vilo durante meses y afecte negativamente a la economía no parece preocuparle lo más mínimo.

Después del diagnóstico, el remedio. ¿Cómo desactivar esa bomba de tiempo, que se alimenta de la frustración, muy real, de la gente? Varios líderes de opinión que se oponían al recuento voto por voto empiezan ahora a tambalear ante una situación que califican, acertadamente, de “socialmente explosiva”. El Tribunal Electoral está ante una disyuntiva tremenda, a sabiendas de que el objetivo real del candidato perdedor es la anulación de la elección si no se le concede el triunfo. Los magistrados pueden actuar conforme a la jurisprudencia y limitar el recuento a las casillas sospechosas, o aceptar a rajatabla las exigencias de López Obrador, con la esperanza de que las protestas pierdan fuelle ante las pruebas contundentes de la victoria de Calderón y el aval de la comunidad internacional. ¿Es eso ceder al chantaje de un individuo que amenaza con tomar el país como rehén durante los próximos seis años? Se puede ver el asunto de dos maneras: como el pago de un rescate o como el mal menor. En cualquier caso, ninguna resolución calmará la sed de poder del tabasqueño. Lo importante vendrá después, con la formación de un gobierno plural, que deberá tomar medidas audaces para solucionar el problema de la pobreza y esto implica, entre muchas otras cosas, la abolición de los privilegios y de los monopolios privados. Si Calderón no lo hace, las frustraciones crecerán aún más.

bdgmr@yahoo.com

1 comentario:

Anónimo dijo...

Interesting website with a lot of resources and detailed explanations.
»