9 de julio de 2006

Paparruchas

Catón
Reforma - De Política y Cosas Peores
8 de Julio del 2006

Linda palabra es “paparrucha”. Lástima que la usemos tan poco, habiendo tantas. Una paparrucha es una tontería insustancial, desatinada. Dirá paparruchas, por ejemplo, quien todavía ponga en duda los resultados de la elección presidencial. No hay una sola evidencia que permita sustentar, ni aun en forma endeble, ese cuestionamiento. Observadores nacionales y extranjeros están acordes en señalar que ésta fue la jornada electoral más clara y transparente en la historia mexicana. Pretender enturbiarla no sólo es denigrar el trabajo de cientos de miles de mexicanos que participaron en el proceso, es también debilitar la todavía frágil estructura democrática de nuestra vida pública, cuya firmeza todos deberíamos buscar. También es paparrucha la exigencia de que se haga un nuevo conteo, voto por voto, de los sufragios emitidos. Son muchas las dificultades de todo orden que traería consigo volver a hacer un cómputo que ya se hizo varias veces, y que a final de cuentas seguramente rendiría el mismo resultado. Pero además ese procedimiento no es contemplado por la ley. Podrá abrirse tal o cual paquete electoral que muestre signos externos de manipulación, o cuyos números no coincidan con los de las actas emitidas, pero cada partido tiene las que se recabaron, debidamente firmadas por sus representantes y por los ciudadanos que estuvieron en cada casilla. Pedir que se abran todos los paquetes y se cuenten otra vez los votos, uno por uno, es petición desorbitada y sin base en la legalidad. Dicho de otra manera, es paparrucha. Las exigencias de López Obrador más parecen ya pataleta (no quiero decir patadas de ahogado, que suena demasiado duro), rabieta de quien creyó seguro el triunfo y lo perdió, que razonada protesta de quien tiene fundados elementos para pedir con justicia algo. Presente AMLO sus impugnaciones, haga valer los recursos legítimos que le correspondan, pero no pretenda imponer su voluntad sobre todos los mexicanos ni sobre las instituciones del País. Bien sabe él, bien saben sus incondicionales defensores, que perdió la elección. Dejen ya que el País vuelva a la paz y recobre su tranquilidad. La concordia y la unidad deben prevalecer por encima de los radicalismos y las ambiciones personales… Viene ahora un cuento que no entendí cuando me lo contaron. Analistas externos, sin embargo, me aseguran que es de color púrpura subido. Sugiero a las personas pudibundas que suspendan en este punto la lectura, lo cual podrán hacer sin cargo de conciencia, pues ya leyeron la orientación a la República… Este relato tiene lugar en un tren suburbano de Estados Unidos. En un vagón viajaban dos pasajeros nada más, hombre y mujer. El hombre era un redneck, inculto y majadero; la mujer, joven, era de tacón dorado, pero lo disfrazaba muy bien. El individuo iba borracho, y bebía cerveza tras cerveza en latas que arrojaba luego por la ventanilla. Empezó el rudo tipo a molestar a la muchacha. Se dirigía a ella con palabras groseras; le hacía sugerencias obscenas; la hostigaba en varios modos. Finalmente el sujeto sacó una caja de comida -era pescado- y empezó a comer en forma que daba asco, llevándose a la boca con los dedos los trozos de pescado. Cuando acabó arrugó la caja de cartón de la comida y se la arrojó en el rostro a la muchacha. Ella, con toda calma, tomó con una servilleta la caja de pescado, la arrojó por la ventana y luego accionó la manija del freno de emergencia. El tren se detuvo con chirriar de frenos. “-¡Idiota! -le grita el ebrio a la chica-. ¡Haber detenido el tren te costará una multa de 100 dólares!”. “-Posiblemente -replica ella-. Pero cuando el guardia de seguridad oiga lo que le voy a contar y te huela los dedos, eso te costará a ti 10 años de cárcel”… (No le entendí)… FIN.

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